miércoles, 23 de agosto de 2017

KARLA LA OSADÍA

EL TAPITA

Su beso me supo exquisito, pensé en el todo el resto del día. La importancia de enamorarse no es única, también hay drogas que lo elevan a uno. Pero Karla es diferente ella lo enhebra a uno, su beso de tornillo lo atrapa, su forma de decir - No me beses en el cuello porque me excito y no respondo - Lo dice con esa formalidad de experta, de que cualquiera podría llegar hasta allí y someterle. Pero ella entonces activaría su cascanueces y le volaría la cabeza. Tampoco consciente le toquen la cola, "¡Pero si es lo más bello en ti!" le digo,  y ella arroja esa mueca profunda de desprecio y pasión. La otra vez me interceptó me dijo que tenía ganas de sexo, lo dijo en un tono que me causo risa, como si el sexo fuese una necesidad fisiológica del cuerpo ¿o quizá si?. Buscamos un hotel una cama, un espacio, en donde tirar la ropa y los cuerpos, su perfume estaba pegado a mi, mi corazón frío pudo al fin hallar abrigo, dormí sobre su pecho escuchándole respirar y ufanarse de haber logrado más de un orgasmo. Al despedirme se me escapo un "te amo" al que ella correspondió con un rostro de fastidio, como si allí yaciera el pecado, como si fuese malo ese presagio, a la hora me llama por teléfono y me dice - seamos solo amantes, así duraremos más - Olvidé que ella era casada y que me era imposible ir más allá de tenerla por unos minutos.   

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