domingo, 27 de agosto de 2017

LA SULTANA DEL VALLE Y EL VAGABUNDO 3

EL TAPITA

No hay derecho ni recto, todo yace torcido y en su justa proporción.

Una señora bate sus brazos, han asaltado un negocio comercial, los criminales se mimetizan entre la multitud curiosa, han cambiado de aspecto, la gente se aglomera mientras viene la Policía, es pura retórica y bullicio, el de la Patrulla ejerce una autoridad levanta su barbilla y las chiquillas se derriten, lo queríamos ver ante el asedio del peligro a ver cómo es que se pone... El Avidador chupa su helado y sigue la secuencia criminal como si fuera una novela de las ocho. "Donde hay hombres tan malos debe haber mujeres buenas" dice el César, los del botín se van a comprar motos más escandalosas y zapatillas de marca y gorras y gafas. De esas mujeres "buenas" conocemos a Paloma, una nenita que trabaja de recepcionista de hotel, le toca todo el día sentada frente a una pantalla, sin embargo dicha rutina no hace mella porque tienen una cola fenomenal, curvada y firme, para sacarle del quicio el Charlie la lleva al corredor en donde intenta besarle, pero ella no se deja, tanta insistencia le acierta un beso en el pecho cerca al corazón. "De haberle besado el cuello a esta hora la tendrías en la cama" dice César. 

El César en cambio se cuadra a una Bibliotecaria que le deja sacar los libros, el César ni corto ni perezoso toma a la Bibliotecaria y la abre cual si fuera un libro, le descubre una verruga en el núcleo vulvar y le exige revisarse porque la mayoría de los cánceres comienza así. Ella no comparte el criterio y le hace olvidar a su amante el tema haciendo una pose sexual documentada solo por Arqueólogos. El Aviador y mi persona para no perder la afición por la desnudez femenina vamos a un sitio de perdición en donde célibes doncellas se quitan la ropa lentamente para que el cliente pueda pensar en qué billete sacar primero. Al Aviador lo saca el tipo de seguridad porque con el panty de la bailarina ha hecho un avión.

Nos encontramos en el terminal terrestre, al vernos los rostros parecemos enfermos de una depresión insana, el César bromea y dice tener cuatro balas en su pistola. César es el único que he visto reír en las balaceras, dice Charlie que eso es porque él está acostumbrado porque ha vivido en las comunas. Cuando nos subimos al bus con rumbo a otra capital lanzamos una mirada triste a la Sultana, la misma ciudad cuyo calor solemos echar de menos y en la que viven mujeres que se parecen por fuera a las flores, adiós lucecitas y musgos en las cuerdas de la luz, adiós olor a caña de azúcar y a tres cruces en lo alto, prometemos volver.      

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