César Vélez
Y ellas no contestan.
Se quedan sonrientes porque nunca han tenido un orgasmo, porque nunca han estado con las persona correcta e importante en esto del sexo - con ellas mismas -
Por esas mujeres perdimos el paraíso.
Y las que leen la Biblia sabrán que por eso se condenaron a sangrar cada mes y ha concebir y ha parir dolorosamente.
Quién las manda ha probar el fruto.
Me gustaba luego de amarlas hacerles leer la Biblia, esos hoteles tenían en la mesa de noche un tomo y ellas lo tomaban sin lavarse las manos de sus fluidos revueltos y comenzaban a leer y esa lectura me causaba otra erección y entonces así sin dejar de leer la chica recibía otra sesión de impulsos y terminaban clamando a Dios para que su método anti conceptivo no fallare, caso contrario tendrían que volver a abortar.
Alguna me sale ninfómana y a mi se me acaban los cartuchos, ella va hasta la almohada revisa abajo donde sabe que guardo la pistola y sabiendo que esta cargada se lleva el cañón entre las piernas y la va metiendo, el frío del metal le provoca un espasmo, pero más le enciende el riesgo que tiene de que con los líquidos que van segregando resbale su dedo y surta la bala incandescente "¿Qué puede hacerme una bala de un centímetro?" - Yo sé que esa vagina ha albergado lanzas de veinte centímetros - le exhorto. Ella sigue masturbando su sexo con el arma y yo que no daría por tener una cámara para inmortalizar la escena, me atengo a memorizar todo, hasta el gemido último cuando ella se sacude y grita como si fuese a morir.
Tan bruto soy que olvide lo del arma e inclusive la vez que la dispare tampoco me detuve a saber si las balas olerían a sexo y si así pudieran ser más mortales, pobre investigador forense tratando de adivinar que clase de fluidos convergen en la bala y pobre víctima muerta por una bala disparada por una arma con que se hizo la paja una ninfómana.
Sigue...
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