César Vélez
Todo se acaba, se diluye como el semen transparente, inútil sin fecundar. Asesino.
Y hago la promesa del ebrio, no tener sexo cuando esté enamorado.
Pero el amor me alcanza como una bala perdida ¡mentira!.
Yo siempre he contemplado el fin al encontrarme una bala.
Me rindo muy fácil. Mendigo un poco de amor, la chiquilla de turno tiene una cara de ser una perversa, pero en cambio me cobija y me calma la fiebre diciéndome que soy el mejor amante.
Y como ya les hable de una nena ninfómana, que se masturbaba con el cañón de una arma cargada. Y en eso la vuelvo a encontrar pero esta vez esta demacrada, y busca el arma debajo del almohada y se apunta a la cabeza y dispara, pero el disparo no sale - Lo siento nena, he tenido que vender las balas para pagarte - Y por cierto que el arma esta averiada - si lo supieran mis enemigos -
Estoy por cometer un crimen para que me lleven a la cárcel. Pero hay una nena que me tiene la boca con sabor a frambuesa. Por fin los besos sirven para algo: para envenenarte el alma.
Le prometo amor eterno, cosa que olvido a media cuadra y entro en un Banco para robarlo. Pero no puede ser tanta desdicha, una Cajera me guiña el ojo para que desista y en vez de robar me invita a fornicar. Se restriega en la noche en mi coxis y termina por lubricar con su fragancia de Francia mi instinto, la maldita parece una víbora prendida fuego.
Al doblar de nuevo la esquina la ninfómana aparece muerta de una sobredosis. Ya no tengo razón para ser más. O es el mundo o soy yo, pero los dos no podemos coexistir.
ME despierto una noche con una chiquilla a la que le pregunto que quién le enseño a hacer el amor: "mi mamá" dice limpiándose las babas que se le escurren por la boca. Y yo tuve que aprender tirando al blanco. Le escupo la vagina y le enseño cosas nuevas, tenemos un sexo salvaje como de animales, probamos posturas que nos permiten pensar en que quizá estamos aquí para tener sexo una y otra vez, hasta que seamos los dos polvo.
Sigue...
No hay comentarios:
Publicar un comentario